🥇 Rotllet d’Or 2025: Lola
Sebastià y Joan Miravete Sebastià
Este año, el Rotllet d’Or se concede con todo el
cariño a Lola Sebastià y Joan Miravete Sebastià, propietarios del horno
de la calle Sant Roc.
A su obrador acudimos, año tras año, para elaborar nuestros famosos rotllets.
Siempre se repite la misma escena entrañable: una animada conversación sobre
cuántas pasterades se harán y qué ingredientes debe aportar cada uno.
Para quien no esté familiarizado, una pasterada es la
medida tradicional que indica la cantidad de masa que se prepara en la
amasadora del horno. Es, por así decirlo, la “unidad mágica” con la que Joan,
con su sonrisa de siempre, anuncia:
“Tantos kilos de harina, tantos litros de aceite, tantos
kilos de azúcar y tantas botellas de anís.”
Una parte de los ingredientes la pone él, y la otra corre a
cargo de la Junta. A partir de ese momento se fija el día en que los vecinos de
la calle se reunirán para elaborar, con esmero y alegría, miles de rollitos.
Una vez preparados, se envuelven en papeles de colores y se guardan para su
gran momento: el lanzamiento desde la casa del Clavario entrante, la tarde del
último domingo de fiestas, tras la procesión del cambio de la Virgen.
Esa lluvia de rotllets desata la alegría en el barrio: manos
abiertas, risas y carreras para conseguir cuantos más “trofeos” mejor.
Personas de todas las edades y condiciones comparten ese instante festivo que,
año tras año, ha dado identidad propia a nuestras celebraciones.
Y si hay algo claro, es que nuestro panadero y su madre
son parte fundamental de esta tradición. Ellos, junto con su horno, han
mantenido viva una historia que merece ser contada.
🔥 Una historia de horno,
familia y barrio
Todo comenzó en el Forn de la Carmela, que más tarde
compró un tal Cirilo, nombre con el que el horno empezó a ser conocido en el
Raval.
Hacia 1920, el matrimonio formado por Isabel Badenes y Vicente Miravete,
procedentes de Burriana y Almazora, decidió dar un paso valiente y trasladarse
a la capital. Allí iniciaron su vida juntos, entre madrugadas y hornadas,
cocinando el pan dorado y crujiente que les daría fama.
Llegaron sus hijos, Ángel y Vicente, y con ellos afrontaron
tiempos difíciles: una guerra que les golpeó duramente. Vicente padre acabó en
prisión, mientras Ángel repartía mercancías por la ciudad en viejos triciclos.
En aquellos años el dinero apenas servía, y el horno cobraba su trabajo
quedándose una barra de cada veinticinco producidas. Una vez por semana, se
abrían las puertas para que los vecinos cocinasen allí sus guisos. Ese día el
horno no olía a pan, sino a mil aromas de platos caseros preparados con lo poco
que tenían… y con todo el amor del mundo.
Poco a poco volvió la normalidad. En 1968, Ángel se casó con
Lolita Sebastià, la joven de la corsetería a la que él ya le había
echado el ojo. Ella, lista y decidida, dijo que sí. Juntos dieron continuidad
al horno familiar.
Con el tiempo, su hijo Joan tomó el relevo. Heredó no
solo el horno, sino también el saber hacer transmitido con paciencia y orgullo.
Con trabajo, dedicación y creatividad, Joan ha elaborado cocas, pasteles y
dulces que le han valido numerosos premios y el reconocimiento de todo el
gremio.
Hoy, acompañado siempre por su madre Lola, ha conseguido que
nuestras fiestas mantengan viva una tradición centenaria.
Por eso, este 2025, el Rotllet d’Or es, sin duda, para ellos: por su
entrega, su alegría y por ser el alma dulce y representativa de nuestro barrio.






